Estaba en urgencias con mi madre y acabábamos de recibir la noticia de que su cáncer se había extendido de forma explosiva.
Me había puesto en contacto con algunos amigos de Abadiania para que pusieran oraciones. Sin embargo, ese día ya era tarde en la Casa.
Así que empecé a rezar y me planteé hacer trabajo de trance yo mismo. Le pregunté si quería ayuda de la Casa. Me dijo: "No, ya vino el hombre de los guantes, salió oliendo a rosas".
Era el Padre Pío con sus característicos guantes cubriendo los estigmas de sus manos. Me han dicho que tiene olor a rosas.
Estuvo presente durante todo el proceso y hasta la muerte de mi madre.
También le he visto en la Casa ayudando a los demás durante el rosario.
Es el mejor y le estoy eternamente agradecida.