Fui a Casa Dom Inacio por primera vez en 2015. Fue uno de los momentos más difíciles de mi vida porque a mi hermana menor le habían diagnosticado un cáncer de colon terminal. Con solo dos hermanas, ¡no podía soportar la idea de perder a una de ellas! Así que un día nos embarcamos en un avión rumbo a lo desconocido, llenos de amor, confianza y esperanza en un milagro. Nunca me planteé buscar ayuda para mí; lo único que quería era que mi hermana se curara y sobreviviera. Seguí rezando por una oportunidad para ella; tenía dos hijos pequeños que quedarían destrozados si la perdían.
Mis experiencias personales comenzaron algún tiempo antes de nuestro viaje a Abadiania. Diría que todo empezó cuando me puse en contacto con un Guía de la Casa unos meses antes de embarcar en aquel avión. Empecé a recibir visitas de estos seres silenciosos mientras dormía por la noche. Me despertaba en mitad de la noche, a veces viendo formas indistintas, a veces simplemente sintiéndolos alrededor mientras hacían algo en mi espalda. Recuerdo haber visto a un sacerdote que llevaba una sotana negra y un birrete en la cabeza, ¡y sus manos abiertas sostenían una bola de energía colorida y zumbante! No sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero no tenía miedo. Me sentí obligado a darle las gracias y me volví a dormir. Me sorprendí cuando llegué a La Casa por primera vez y le vi en uno de los cuadros de las paredes: Dom Inacio de Loyola. Sentí una conexión inmediata. Nunca tuve miedo. Todo me resultaba tan familiar, tan reconfortante, que sólo podía sentir una profunda gratitud.
Me han pasado tantas cosas desde mi viaje inicial a nuestra querida Casa. Nunca imaginé que este viaje cambiaría mi vida tan drásticamente. He estado trabajando en un libro sobre mis experiencias a petición de una de nuestras queridas Entidades. La petición fue que lo escribiera en español, aunque mi intención es traducirlo también al inglés.
Esta es una de mis experiencias...
Nuestro guía de la Casa nos animó a mi hermana mayor y a mí a ponernos a la cola para conocer a la Entidad, afirmando que todos necesitábamos curarnos de algo y que no debíamos perdernos semejante oportunidad. Y así lo hicimos, a lo que siguió una intervención al día siguiente. En este trance cómodo y letárgico, salí de la sesión. Mientras esperábamos la fitoterapia, empezó a dolerme uno de los riñones. Sentí un corte muy fino y vertical en la parte baja de la espalda; como si te cortaras el dedo con un trozo de papel. No pedí curación para mis riñones, ¡pero supongo que era lo que necesitaba en ese momento!
Mis hermanas y yo recibimos instrucciones de nuestro guía de volver a la Posada San Rafael, donde nos alojábamos. Antes de dormir, recé y reflexioné sobre aquella primera experiencia e hice una petición: si podía ver a la entidad que me operó para darle las gracias directamente. Esperando haber sido escuchada, cerré los ojos...
Aquella noche, la suave voz de un hombre me despertó... "Es el doctor K*****". Lo siento -dije- no le he oído. Intentando sacudirme el sueño. Repitió "Dr. Keith" (o eso creía yo, que seguía sin entender muy bien su nombre). Me fijé en un hombre casi calvo, probablemente de unos 50 años. Aún tenía algo de pelo a los lados de la cabeza, un bigote fino y una barba bien cuidada. Me llamaron la atención sus ojos, pequeños y profundos. Iba vestido con una bata blanca de médico y sostenía su bolsa negra delante de él, agarrándola con ambas manos. Me sonreía suavemente y me dio la impresión de que era modesto y tímido. Le di las gracias y me volví a dormir.
Cuando le conté mi experiencia a mi guía al día siguiente, pensó que se trataba de un médico que había servido en Alemania o Austria durante la Primera Guerra Mundial, pero no recordaba su nombre ni más detalles. No busqué más información pero, sorprendentemente, un año después, vi en Internet algunas fotos de las entidades de La Casa y ¡él estaba allí! Su nombre: Dr. Adolph Fritz. Lo reconocí enseguida, ¡sus ojos, su cara y su expresión! Luego leí que fue un fenómeno en los años 70, cuando fue incorporado por un médium llamado Ze Arigo. Pedí disculpas al Dr. Fritz por no haber acertado con su nombre hace tanto tiempo y volví a darle las gracias. Tardé en recuperarme de aquel momento, ¡seguro!
Desde entonces, cada vez que sé de alguien que tiene problemas renales, rezo una oración silenciosa y pido al Dr. Fritz que me ayude, y sé que lo hace. Me viene a la mente su imagen de entonces, sonriéndome, y sé que todo irá bien.
Mi más profundo amor y gratitud.